Akira Kurosawa: Un siglo de maestría y genialidad
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Akira Kurosawa: Un siglo de maestría y genialidad
Cien años se cumplen hoy de una fecha que quedará marcada para siempre con ribetes de oro en la historia del séptimo arte al ser la del alumbramiento de uno de los mayores genios que ha dado el celuloide. Akira Kurosawa, el 'emperador del cine', el samurái que se escondía detrás de la cámara, nació el 23 de marzo de 1910 en el seno de una familia numerosa.
Ganador de León de Oro en Venecia y del Oscar a la Mejor Película en Lengua Extranjera, por Rashomon (1950); del Oso de Plata en la Berlinale, por Vivir (1953), y de la Palma de Oro en el Festival Internacional de Cine de Cannes, por Kagemusha, la sombra del guerrero (1980), Kurosawa fue un vértice entre dos épocas, la del Japón feudal regido por los samuráis y por estrictos códigos de honor que imponían la muerte antes que el deshonor, y la de una nación moderna e industrial cuyo vertiginoso desarrollo antes que esconder, regurgita todas sus miserias. Un realizador capaz de encandilar a las masas con sus majestuosos despliegues de acción (La leyenda del gran Judo) y de seducir a la crítica con sus dramas intimistas (Vivir). Un autor, en definitiva, diestro para moverse con igual soltura por cuanto género caía en sus manos y de seguir influyendo, muchos años después de su muerte –acaecida el 6 de septiembre de 1998 en Tokio- en el desarrollo del cine actual mediante el hechizo que sus obras han ejercido en directores clave de nuestros tiempos como Clint Eastwood.
Nada de eso se podía presagiar en sus años mozos, marcados por las sucesivas desgracias que se abatieron sobre su familia. Dos de sus hermanos fallecieron a causa de diversas enfermedades y otro, Heigo, que había hecho bandera de su oposición a la introducción del cine sonoro en Japón, se suicidó cuando apenas tenía 27 años. Declarado inútil para el servicio militar en unos tiempos en los que Japón empezaba a afilar los dientes en busca de nuevo espacio vital, Akira Kurosawa empezó a trabajar como asistente de dirección del cineasta Kajiro Yamamoto a mediados de los años 30. Éste se convertiría en una especie de guía para un joven que andaba un tanto perdido desde la trágica desaparición de su adorado hermano mayor.
Primer golpe de sable
Su ópera prima no llegaría hasta 1941. El título, La leyenda del gran Judo, terminaría convirtiéndose en uno de los grandes referentes de su producción y marcaría el comienzo de su colaboración con Takashi Shimura, actor que figuraría de una u otra forma en la mayor parte de sus filmes. La cinta, ambientada en los comienzos de la era Meiji, seguía los pasos de un muchacho de condición humilde que aprendía a controlar sus virulentos instintos de la mano de un profesor de artes marciales. Audaces combates se mezclaban con irrefrenables pasiones amorosas que no fueron del gusto de las autoridades, las cuales aplicaron la tijera de la censura en el reestreno de la película en 1944. Poco podía importar pues la maestría de Kurosawa había quedado sentada al primer golpe de sable.
En 1946, Kurosawa se cruzaba con otro de los actores cuya carrera quedaría marcada por la batuta de este pintor frustrado, Toshiro Mifune. Dos años después rodaban su primera película juntos, El ángel ebrio, amalgama de cine negro y expresionismo que se adentraba en los bajos fondos de Japón a través de la figura de un yakuza tuberculoso (Mifune) que debía vérselas con un médico alcohólico (Takashi Shimura). El extraordinario éxito de público cosechado no pudo consolar al realizador de la aflicción por la muerte de su padre, ocurrida en pleno rodaje.
Kurosawa era a esas alturas una celebridad en Japón, pero su nombre seguía siendo desconocido en el ámbito internacional como, por otra parte, ocurría con casi todos los exponentes del cine nipón, demasiado feudalista para los gustos de Hollywood. Eso empezó a cambiar con el estreno de Rashomon, una cinta ambientada en el siglo XI que deslumbró a la crítica con sus movimientos de cámaras, sus juegos de luces y sombras y su lúcida reflexión sobre las debilidades humanas. Toshiro Mifune volvía a asumir el papel protagonista en un filme tan hermoso como brutal.
Los guerreros del antiguo Japón serían una constante en el cine de Kurosawa, y sobre ellos volvería, con una mirada muy diferente, en películas como Los siete samuráis (1954) y El mercenario (1961). Ésta última fue decisiva en el cambio del western operado en los años 60, siendo objeto de un remake por parte de Sergio Leone bajo el título Por un puñado de dólares (1964).
Una huella imborrable
De ahí, precisamente, proviene buena parte de la admiración que siempre ha profesado Eastwood por el realizador nipón y que se deja notar en cintas como Sin perdón (1992) o Mystic River (2003). Pero el protagonista de Harry el sucio no es el único que tiene una elevada deuda contraída con Akira Kurosawa, pues también George Lucas se inspiró en la intriga de La fortaleza escondida para rodar su aplaudida La guerra de las galaxias. Lucas saldó esa deuda convenciendo, junto a Francis Ford Coppola, a la Fox para que adquiriera los derechos internacionales de Kagemusha, la sombra del guerrero, último filme de Kurosawa en el que apareció Takashi Simura y que vino a completar su trío de ases en los grandes festivales europeos al valerle la Palma de Oro en Cannes.
Dotado de una amplia visión humanística, Kurosawa se atrevió a adaptar clásicos como El Idiota, de Dostoievsky; Dersu Uzala, de Vladimir Arseniev, o El Rey Lear, de Shakespeare. Éste último le sirvió al realizador como base para uno de sus proyectos más ambiciosos, Ran, donde el cineasta despliega todo su virtuosismo para narrar la historia de un señor feudal que debe enfrentarse a la traición de sus propios hijos. Fue el último gran testimonio de la grandeza de un realizador que sacó a Japón del ostracismo y que supo hermanar como nadie tradicionalismo y contemporaneidad, Oriente y Occidente. Un genio que se marchó hace más de una década pero que sigue viviendo a través de sus filmes, obras que figuran por derecho propio en el panteón de los sueños de varias generaciones.
Ganador de León de Oro en Venecia y del Oscar a la Mejor Película en Lengua Extranjera, por Rashomon (1950); del Oso de Plata en la Berlinale, por Vivir (1953), y de la Palma de Oro en el Festival Internacional de Cine de Cannes, por Kagemusha, la sombra del guerrero (1980), Kurosawa fue un vértice entre dos épocas, la del Japón feudal regido por los samuráis y por estrictos códigos de honor que imponían la muerte antes que el deshonor, y la de una nación moderna e industrial cuyo vertiginoso desarrollo antes que esconder, regurgita todas sus miserias. Un realizador capaz de encandilar a las masas con sus majestuosos despliegues de acción (La leyenda del gran Judo) y de seducir a la crítica con sus dramas intimistas (Vivir). Un autor, en definitiva, diestro para moverse con igual soltura por cuanto género caía en sus manos y de seguir influyendo, muchos años después de su muerte –acaecida el 6 de septiembre de 1998 en Tokio- en el desarrollo del cine actual mediante el hechizo que sus obras han ejercido en directores clave de nuestros tiempos como Clint Eastwood.
Nada de eso se podía presagiar en sus años mozos, marcados por las sucesivas desgracias que se abatieron sobre su familia. Dos de sus hermanos fallecieron a causa de diversas enfermedades y otro, Heigo, que había hecho bandera de su oposición a la introducción del cine sonoro en Japón, se suicidó cuando apenas tenía 27 años. Declarado inútil para el servicio militar en unos tiempos en los que Japón empezaba a afilar los dientes en busca de nuevo espacio vital, Akira Kurosawa empezó a trabajar como asistente de dirección del cineasta Kajiro Yamamoto a mediados de los años 30. Éste se convertiría en una especie de guía para un joven que andaba un tanto perdido desde la trágica desaparición de su adorado hermano mayor.
Primer golpe de sable
Su ópera prima no llegaría hasta 1941. El título, La leyenda del gran Judo, terminaría convirtiéndose en uno de los grandes referentes de su producción y marcaría el comienzo de su colaboración con Takashi Shimura, actor que figuraría de una u otra forma en la mayor parte de sus filmes. La cinta, ambientada en los comienzos de la era Meiji, seguía los pasos de un muchacho de condición humilde que aprendía a controlar sus virulentos instintos de la mano de un profesor de artes marciales. Audaces combates se mezclaban con irrefrenables pasiones amorosas que no fueron del gusto de las autoridades, las cuales aplicaron la tijera de la censura en el reestreno de la película en 1944. Poco podía importar pues la maestría de Kurosawa había quedado sentada al primer golpe de sable.
En 1946, Kurosawa se cruzaba con otro de los actores cuya carrera quedaría marcada por la batuta de este pintor frustrado, Toshiro Mifune. Dos años después rodaban su primera película juntos, El ángel ebrio, amalgama de cine negro y expresionismo que se adentraba en los bajos fondos de Japón a través de la figura de un yakuza tuberculoso (Mifune) que debía vérselas con un médico alcohólico (Takashi Shimura). El extraordinario éxito de público cosechado no pudo consolar al realizador de la aflicción por la muerte de su padre, ocurrida en pleno rodaje.
Kurosawa era a esas alturas una celebridad en Japón, pero su nombre seguía siendo desconocido en el ámbito internacional como, por otra parte, ocurría con casi todos los exponentes del cine nipón, demasiado feudalista para los gustos de Hollywood. Eso empezó a cambiar con el estreno de Rashomon, una cinta ambientada en el siglo XI que deslumbró a la crítica con sus movimientos de cámaras, sus juegos de luces y sombras y su lúcida reflexión sobre las debilidades humanas. Toshiro Mifune volvía a asumir el papel protagonista en un filme tan hermoso como brutal.
Los guerreros del antiguo Japón serían una constante en el cine de Kurosawa, y sobre ellos volvería, con una mirada muy diferente, en películas como Los siete samuráis (1954) y El mercenario (1961). Ésta última fue decisiva en el cambio del western operado en los años 60, siendo objeto de un remake por parte de Sergio Leone bajo el título Por un puñado de dólares (1964).
Una huella imborrable
De ahí, precisamente, proviene buena parte de la admiración que siempre ha profesado Eastwood por el realizador nipón y que se deja notar en cintas como Sin perdón (1992) o Mystic River (2003). Pero el protagonista de Harry el sucio no es el único que tiene una elevada deuda contraída con Akira Kurosawa, pues también George Lucas se inspiró en la intriga de La fortaleza escondida para rodar su aplaudida La guerra de las galaxias. Lucas saldó esa deuda convenciendo, junto a Francis Ford Coppola, a la Fox para que adquiriera los derechos internacionales de Kagemusha, la sombra del guerrero, último filme de Kurosawa en el que apareció Takashi Simura y que vino a completar su trío de ases en los grandes festivales europeos al valerle la Palma de Oro en Cannes.
Dotado de una amplia visión humanística, Kurosawa se atrevió a adaptar clásicos como El Idiota, de Dostoievsky; Dersu Uzala, de Vladimir Arseniev, o El Rey Lear, de Shakespeare. Éste último le sirvió al realizador como base para uno de sus proyectos más ambiciosos, Ran, donde el cineasta despliega todo su virtuosismo para narrar la historia de un señor feudal que debe enfrentarse a la traición de sus propios hijos. Fue el último gran testimonio de la grandeza de un realizador que sacó a Japón del ostracismo y que supo hermanar como nadie tradicionalismo y contemporaneidad, Oriente y Occidente. Un genio que se marchó hace más de una década pero que sigue viviendo a través de sus filmes, obras que figuran por derecho propio en el panteón de los sueños de varias generaciones.
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Re: Akira Kurosawa: Un siglo de maestría y genialidad
Fue un gran director. Tuve opotunidad de ver una pelicula que es como un compendio de sueños y me parecio genial.
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Re: Akira Kurosawa: Un siglo de maestría y genialidad
Mi papá nos hizo ver SUEÑOS a mis hermanos y a mi cuando eramos niñitos.
Muy buena pelicula, sobre todo la escenificación del funeral y los efectos de las bombas atómicas.
Muy buena pelicula, sobre todo la escenificación del funeral y los efectos de las bombas atómicas.
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